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"He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre".
​Salmos 127:3

Deberes familiares: El deber del padre hacia la familia en general 

3/26/2014

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Por: Juan Bunyan      
         (1628-1688) 


El que es cabeza de una familia tiene, bajo esa relación, una obra que realizar para Dios: gobernar correctamente a su propia familia. Y su obra es doble. Primero, tocante a su estado espiritual. Segundo, tocante a su estado exterior. Primero, tocante al estado espiritual de su familia, ha de ser muy diligente y circunspecto, haciendo lo máximo para aumentar la fe donde ya la hay, y para iniciarla donde no la hay. Por esta razón, basándose en su Palabra, debe con diligencia y frecuencia compartir con los de su casa las cosas de Dios que sean apropiadas para cada caso. Y nadie cuestione esta práctica de gobernar de acuerdo con la Palabra de Dios; porque si la enseñanza en sí es de buen nombre y honesta, se encuentra dentro de la esfera y los límites de la naturaleza misma, y debe hacerse; con más razón muchas otras enseñanzas de una naturaleza más elevada; además, el apóstol nos exhorta: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad” (Fil. 4:8). Poner en práctica este piadoso ejercicio en nuestra familia es digno de elogio, y es muy apropiado para todos los cristianos. Ésta es una de las cosas que Dios tanto encomendó a su siervo Abraham, que tanto afectó su corazón. Conozco a Abraham, dice Dios, “conozco” que es de verás un buen hombre, porque “sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová” (Gén. 18:19). Esto fue algo que también el buen Josué determinó que sería su práctica durante todo el tiempo que viviera sobre esta tierra; “Yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). 

Además, también encontramos en el Nuevo Testamento que los que no cumplían este deber eran considerados de un rango inferior; sí, tan inferiores que no eran dignos de ser elegidos para ningún oficio en la iglesia de Dios. El [obispo o] pastor tiene que ser alguien que gobierna bien su propia casa, que tiene a sus hijos sujetos con toda seriedad, porque el hombre que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar la iglesia de Dios? “Conviene, pues, que el obispo sea... marido de una mujer..., que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Tim. 3:2, 4). Note que el apóstol parece determinar al menos esto: que el hombre que gobierna bien su familia tiene una de las cualidades que debe tener el pastor o diácono en la casa de Dios, porque el que no sabe gober- nar su propia casa, ¿cómo puede cuidar la iglesia de Dios? Considerar esto nos aclara la obra de la cabeza de una familia, tocante al gobierno de su casa. 

1. El pastor debe ser firme e incorrupto en su doctrina; y por cierto que también debe serlo la cabeza de una familia (Tito 1:9; Ef. 6:5). 

2. El pastor debe ser apto para enseñar, redargüir y exhortar; y así debe ser también la cabeza de una familia (1 Tim. 3:2; Deut. 6:7). 

3. El pastor mismo tiene que ser ejemplo de fe y santidad; y así debe ser también la cabeza de una familia (1 Tim. 3:2-4; 4:12). “Entenderé,” dice David, “en el camino de la perfección... en integridad de mi corazón andaré en medio de mi casa” (Sal. 101:2). 

4. El pastor tiene la función de reunir a la iglesia; y cuando la haya reunido, orar juntos y predicar. Esto es recomendable también para la cabeza de la familia cristiana. 

Objeción: Pero mi familia es impía y rebelde tocante a todo lo que es bueno. ¿Qué debo hacer? 

  • Aunque esto sea así, igualmente debe usted gobernarlos, ¡y no ellos a usted! Dios lo ha puesto sobre ellos, y usted debe usar la autoridad que Dios le ha dado, tanto para reprender sus vilezas, como para mostrarles que la maldad de su rebelión es contra el Señor. Elí lo hizo, pero no lo suficiente; igualmente David (1 Sam. 2:24, 25; 1 Crón. 28:9). También, debe contarles qué triste era su propio estado cuando se encontraba en la condición de ellos, así que esfuércese en recobrarlos de la trampa del diablo (Mar. 5:19). 
  • También debe esforzarse para que asistan a los cultos de adoración a Dios, por si acaso Dios convierta sus almas. Jacob le dijo a su familia y a todos los que lo rodeaban “Y levantémonos, y subamos a Bethel; y haré allí altar al Dios que me respondió en el día de mi angustia” (Gén. 35:3). Ana llevó a Samuel a Silo, a fin de que morara con Dios para siempre (1 Sam. 1:22). El alma tocada por el Espíritu se esforzará por llevar a Jesucristo no sólo a su familia, sino a toda la ciudad (Juan 4:28-30). 
  • Si son obstinados y no quieren acompañarlo, entonces traiga hombres piadosos y de convicciones firmes a su casa, para que allí prediquen la Palabra de Dios cuando usted haya, como Cornelio, reunido a su familia y amigos (Hechos 10). 
Usted sabe que el carcelero, Lidia, Crispo, Gayo, Estéfanas y otros fueron salvos no sólo ellos mismos, sino que también los de su familia por la palabra predicada, y algunos de ellos por la palabra predicada en sus casas (Hech. 16:14-34; 18:7, 8; 1 Cor. 1:16). Y ésta puede haber sido una razón, entre muchas, por la cual los apóstoles, en su época, enseñaban no sólo en público sino también de casa en casa. Posiblemente, creo yo, para ganar a los miembros de la familia que todavía eran inconversos y vivían en sus pecados (Hech. 10:24; 20:20, 21). Algunos de ustedes saben qué común era invitar a Cristo a sus casas , especialmente si tenían algún enfermo que no quería o no podía acudir a él (Luc. 7:2, 3; 8:41). Si es así con los que tienen enfermos físicos en su familia, entonces cuanto más lo es donde hay almas que necesitan a Cristo, ¡necesitan ser salvas de la muerte y la condenación eterna! 

  • No descuide usted mismo los deberes familiares entre ellos; como es leer la Palabra y orar. Si tiene algún familiar que es salvo, esté contento. Si está solo, no obstante sepa que tiene en ese momento tanto la libertad de acercarse a Dios por medio de Cristo, como la capacidad de contar con el apoyo de la iglesia universal uniéndose a usted en oración a favor de todos los que habrán de ser salvos. 
  •  No permita en su casa libros impíos, profanos o herejes, ni conversaciones del mismo tenor. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Cor. 15:33). Me refiero a libros, etc. profanos o herejes que tienden a provocar una vida liviana o los que son contrarios a las enseñanzas fundamentales del evangelio. Sé que se debe permitir que los cristianos tengan su libertad con respecto a cosas que no atañen a la fe, pero esas cosas que atacan la fe o la santidad, deben ser abandonadas por todos los cristianos, especialmente por los pastores de las iglesias y las cabezas de familias. Tal como sucedió con Jacob cuando ordenó a su familia y a todos los que estaban con él que se libraran de los dioses extraños entre ellos y que se cambiaran sus vestidos (Gén. 35:2). Dejaron un buen ejemplo o dos aquellos que, según el relato de Hechos, tomaron sus libros mundanos y los quemaron delante de todos los hombres aunque valían cincuenta mil piezas de plata (Hech. 19:18, 19). El descuido de este cuarto asunto ha ocasionado la ruina de muchas familias, tanto entre los hijos como los sirvientes. El que vanos charlatanes y sus obras engañosas desvíen a familias enteras es más fácil de lo que muchos suponen (Tito 1:10, 11). Ya hemos considerado el estado espiritual de su familia. Ahora veamos su estado exterior. 

Segundo, tocante al estado exterior de su familia, usted debe considerar estas tres cosas: 

1. Es su obligación asegurarse de que cuenten con el sustento necesario, “Y si alguno no tiene cuidado de los suyos, y mayormente de los de su casa, la fe negó, y es peor que un infiel” (1 Tim. 5:8). Observe que cuando la Palabra dice que debe tener cuidado de los suyos, no le da licencia para descuidarlos, ni permite que el mundo entre en su corazón, ni en su cuenta de banco, ni que se preocupe de los años o días venideros, sino que provea el sustento a fin de que tengan comida y ropa; y si cualquiera de ustedes o usted mismo no se contentan con eso, se salen de los límites del gobierno de Dios (1 Tim. 6:8; Mat. 6:34). De esto se trata trabajar a fin de contar con los medios para “gobernarse en buenas obras para los usos necesarios” (Tito 3:14). Y nunca objete, que a menos que logre tener más, no estará satisfecho, porque eso es falta de fe. La Palabra dice que Dios da de comer a los cuervos, cuida a los gorriones y viste a la hierba. ¿Qué más puede desear el corazón que ser alimentado, vestido y cuidado? (Luc. 12:6-28). 

2. Por lo tanto, aunque usted mantenga a su familia, haga que todo su trabajo sea con moderación: “Vuestra modestia sea conocida de todos los hombres” (Fil. 4:5). Cuídese de ocuparse tan intensamente de las cosas de este mundo al punto de obstaculizar el cumplimiento de sus deberes y los de su familia hacia Dios, los cuales, por gracia, tiene que cumplir; como ser orar en privado, leer las Escrituras y reunirse con otros creyentes. Es indigno que los hombres, junto con sus familias vayan detrás de este mundo al punto de apartar su corazón de la adoración a Dios. Cristianos, “El tiempo es corto; lo que resta es, que los que tienen mujeres sean como los que no la tienen; y los que lloran, como los que no lloran; y los que se huelgan, como los que no se huelgan;... y los que usan de este mundo, como los que no usan; porque la apariencia de este mundo se pasa” (1 Cor. 7:29-31). Muchos cristianos viven y actúan en este mundo como si la religión fuera algo secundario, y como si este mundo fuera lo único que realmente necesita, cuando en realidad todas las cosas de este mundo son transitorias, y la religión es lo único verdaderamente necesario (Luc. 10:40-42). 

3. Si quiere ser la cabeza de una familia digna de usted, debe ocuparse de que haya armonía cristiana entre los que dependen de usted, como sucede en la familia donde gobierna alguien que teme a Dios. 

  • Debe usted asegurarse de que sus hijos y sirvientes estén sujetos a la Palabra de Dios; porque aunque le corresponde sólo a Dios gobernar el corazón, él espera que usted gobierne al hombre exterior; porque si no lo hace, puede en poco tiempo cortar su descendencia [aun todos los varones] (1 Sam. 3:11-14). Ocúpese, entonces, de que sean sobrios en todas las cosas, en sus vestidos, su lenguaje, que no sean glotones ni borrachos; ni deje que sus hijos maltraten sin razón a sus sirvientes ni que se traten neciamente los unos a los otros. 
  • Aprenda a distinguir entre cualquier ofensa que su familia le haya hecho a usted y la que le haya hecho a Dios; y aunque debe ser muy celoso del Señor y no tolerar nada que sea una transgresión abierta contra él; debe aquí mostrar su discernimiento y pasar por alto y olvidar las ofensas personales: “El amor cubrirá multitud de pecados”. No sea como los que se enfurecen, cuyas miradas parecen las de un loco cuando alguien los ofende; pero, que se ríen o hacen caso omiso y no reprenden cuando alguien deshonra a Dios. “Que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad” (1 Tim. 3:4). Salomón a veces era tan grandioso en este sentido que dejaba atónitos a los que lo visitaban (2 Crón. 9:3, 4). Pero pasemos de lo general a lo particular. 

¿Tiene usted una esposa? Debe considerar cómo se comporta en esa relación: y para hacerlo correctamente, tiene que considerar la condición de su esposa: si realmente cree o no. Primero, si cree, entonces: 

1. Tiene usted el compromiso de bendecir a Dios por ella; porque su estima sobrepasa a la de piedras preciosas, y ella es la bendición de Dios para usted, y es para su gloria” (Prov. 12:4; 31:10; 1 Cor. 11:7). “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura: la mujer que tiene a Jehová, ésa será alabada” (Prov. 31:30). 

2. Debe amarla por dos razones: (1) Es su propia carne y hueso: “Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne” (Ef. 5:29). (2) Es junto con usted, heredera de la gracia de vida (1 Pedro 3:7). Esto, digo, debe motivarlo a amarla con amor cristiano; amarla, creyendo que ambos son los muy amados de Dios y del Señor Jesucristo y que estarán juntos cuando disfruten de la vida eterna con él. 

3. Debe conducirse usted hacia ella y delante de ella, como lo hace Cristo hacia su iglesia y delante de ella; como dice el apóstol: Los hombres deben amar a sus esposas “así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25). Cuando los esposos se comportan como deben, entonces no serán sólo esposos, sino el cumplimiento de una ordenanza de Dios para la esposa, que le predica a ella la conducta de Cristo hacia su esposa. Una dulce fragancia envuelve las relaciones de los esposos y esposas que creen (Ef. 4:32); la esposa, digo significando la iglesia, y el esposo su cabeza y salvador, “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef. 5:23) y él es el Salvador del cuerpo. 

Éste es uno de los propósitos principales por el cual Dios instituyó el matrimonio, que Cristo y su iglesia, figuradamente, estén dondequiera que haya una pareja que cree por gracia. Por lo tanto, el esposo que se comporta indiscretamente hacia su esposa, no sólo se comporta contrariamente a la regla, sino que provoca que su esposa pierda el beneficio de tal ordenanza, frustra el misterio de su relación. Por lo tanto digo: “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala, como también Cristo a la iglesia” (Ef. 5:28, 29). Cristo dio su vida por su iglesia, cubre sus debilidades, le transmite su sabiduría, la protege y la ayuda en sus asuntos en este mundo; y lo mismo debe hacer el esposo por su esposa. Salomón y la hija de Faraón, dominaban el arte de hacer esto, como pueden comprobarlo en el Cantar de los Cantares. Por lo tanto cargue con las debilidades de ella, ayúdela en sus enfermedades, hónrela como al vaso más débil y tenga en cuenta la fragilidad de su cuerpo (1 Pedro 3:7). En resumen, sea tal esposo para su esposa creyente que ella pueda decir que Dios no sólo le ha dado marido, sino un esposo que demuestra todos los días la conducta de Cristo hacia su iglesia. 

Segundo, si su esposa es inconversa o carnal, también tiene un deber que cumplir, que está obligado a cumplir por dos razones: (1) Porque corre el peligro continuo de la condenación eterna. (2) Porque es su esposa la que está en esta condición impía. ¡Oh! ¡qué poco sentido del valor de las almas hay en el corazón de algunos maridos, que manifiestan una conducta poco cristiana hacia sus esposas y delante de ellas! Ahora bien, si quiere tener las cualidades de una conducta apropiada: 

1. Piense seriamente en el estado desgraciado de ella, a fin de que su corazón anhele la salvación de su alma. 

2. Cuídese de que debido a una conducta incorrecta suya, no tenga ella ocasión de justificar sus propias impiedades. Y aquí necesita ser doblemente diligente, porque ella reposa en su seno y, por lo tanto, puede percibir aun la falta más pequeña en usted. 

3. Si ella se comporta indebida o incontrolablemente, como bien puede ser porque vive sin Cristo y sin su gracia, entonces esfuércese por vencer la maldad de ella con su propia bondad, los infortunios de ella con su propia paciencia y mansedumbre. Es una vergüenza para usted, que vive bajo otros principios, comportarse como ella. 

4. Aproveche las oportunidades para convencerla. Observe su estado de ánimo, y cuando parece bien predispuesta, háblele a su corazón. 

5. Cuando hable, hágalo con propósito. No es necesario decir muchas palabras, sólo las pertinentes. Job en pocas palabras responde a su esposa, y la desvía de sus palabras necias: “Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. También recibimos el bien de Dios, ¿y el mal no recibiremos?” (Job 2:10). 

6. Haga todo sin amargura y sin la menor apariencia de enojo: “Que con mansedumbre corrija a los que se oponen: si quizá Dios les dé que se arrepientan para conocer la verdad, y se zafen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Tim. 2:25, 26). “Porque ¿de dónde sabes, oh mujer, si quizá harás salvo a tu marido?” (1 Cor. 7:16). 

Tomado de "Portavoz de la Gracia". Publicado por Chapel Library • 2603 West Wright St. • Pensacola, Florida 32505 USA 

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