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"He aquí, herencia de Jehová son los hijos;
Cosa de estima el fruto del vientre".
​Salmos 127:3

La sangre del rociamiento y los niños

3/31/2014

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Por: Charles H. Spurgeon  (1834-1892)

“Y Moisés convocó a todos los ancianos de Israel, y díjoles: Sacad y tomaos corderos por vuestras familias, y sacrificad la pascua. Y tomad un manojo de hisopo, y mojadle en la sangre que estará en una jofaina, y untad el dintel y los dos postes con la sangre que estará en la jofaina; y ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana. Porque Jehová pasará hiriendo a los Egipcios; y como verá la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir. Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre. Y será, cuando habréis entrado en la tierra que Jehová os dará, como tiene hablado, que guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este vuestro? Vosotros responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los Egipcios, y libró nuestras casas. Entonces el pueblo se inclinó y adoró” Éxodo 12:21-27.

El cordero pascual era un prototipo especial de nuestro Señor Jesucristo. No deducimos esto por el hecho general de que todos los sacrificios en la antigüedad eran una sombra de la sustancia única y verdadera; sino que el Nuevo Testamento nos asegura que “nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7). Así como el cordero pascual no debía tener mancha, tampoco la tenía nuestro Señor, y la muerte y asado al fuego de aquel cordero tipifica su muerte y sufrimiento. Aun con respecto al tiempo, nuestro Señor fue el cumplimiento del prototipo, porque su crucifixión sucedió en la pascua. Así como el sello deja su impresión, el sacrificio de nuestro Señor coincide con todos los elementos de la ceremonia pascual. Lo vemos “separado” de entre los hombres, y llevado como un cordero al matadero; vemos su sangre derramada y rociada; lo vemos ardiendo en el fuego de la angustia; por fe nos alimentamos de él y damos sabor al banquete con las hierbas amargas de la penitencia. Vemos a Jesús y la salvación donde el ojo carnal sólo ve un cordero sacrificado y a un pueblo salvado de la muerte.

El Espíritu de Dios en la ceremonia pascual enfatiza de manera especial el rociar la sangre. Aquello a lo que los hombres tanto se oponen, él diligentemente presenta como la cabeza y el frente de la revelación. La sangre del cordero escogido se recogía en un tazón y no se derramaba en el suelo desperdiciándola; porque la sangre de Cristo es preciosísima. En este tazón con sangre se mojaba un manojo de hisopo. Los ramilletes de ese pequeño arbusto retenían las gotas carmesí de modo que pudieran ser rociadas con facilidad. Luego el padre de familia iba afuera y golpeaba el dintel y los dos postes a los costados de la puerta con el hisopo, y de esta manera la casa quedaba marcada con rayas carmesí. No se ponía sangre en el umbral. ¡Ay del hombre que pisotea la sangre de Cristo y la trata como una cosa impura! ¡Ay! Me temo que muchos lo están haciendo en esta hora, no sólo los que andan en el mundo, sino también los que profesan a Cristo y se llaman cristianos a sí mismos.

Procuraré presentar dos cosas. Primero, la importancia que se adjudica a la sangre rociada, y, segundo, la institución relacionada con ella, principalmente, que los niños deben recibir instrucción con respecto al significado del sacrificio a fin de que ellos a su vez lo enseñen a sus hijos, y mantengan vivo el recuerdo de la gran liberación que obró el Señor.  Primero, la importancia que se adjudica a la sangre rociada resulta muy claro aquí; se nota un esfuerzo especial para que el sacrificio sea visto, sí, para obligar a toda la gente a verlo. Observo, que se convirtió en la marca nacional y la siguió siendo. Si hubiera usted recorrido las calles de Menfis o Rameses la noche de Pascua, hubiera podido identificar quiénes eran los israelitas y quiénes los egipcios por una marca conspicua. No hubiera tenido que esconderse debajo de la ventana a fin de escuchar lo que se hablaba en la casa, ni esperar a que alguien saliera a la calle para poder observar su vestimenta. Esta señal sola sería indicación suficiente –el israelita tenía la marca de sangre en su puerta, el egipcio no. Téngalo por seguro, éste sigue siendo el gran punto de diferencia entre los hijos de Dios y los hijos del maligno. Existen, en realidad, dos denominaciones sobre esta tierra –la iglesia y el mundo; aquellos que son justificados en Cristo Jesús y aquellos que están condenados en sus pecados. Esto será la señal que nunca falla del “verdadero israelita”; él ha acudido a la sangre rociada, que manifiesta cosas mejores que las de Abel. El que cree en el Hijo de Dios, como el único sacrificio aceptado por el pecado, tiene salvación, y el que no cree en él morirá en sus pecados. La verdadera Israel confía en el sacrificio ofrecido una vez por el pecado; es su descanso, su consuelo, su esperanza. 

En cuanto a los que no confían en el sacrificio expiatorio, han rechazado el consejo de Dios en su contra, declarando de esta manera su verdadero carácter y condición. Jesús dijo: “No creéis, porque no sois de mis ovejas, como les he dicho”, y la falta de fe en el derramamiento de sangre, sin el cual no hay remisión de pecado, es la marca de condenación de aquel que es un extraño para la congregación de Israel. No lo dudemos: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios” (Vea 2 Juan 9, en la Versión Revisada.) Aquel que no acepta la propiciación que Dios ha establecido tiene que cargar con su propia iniquidad. No obstante, nada más justo, nada más terrible puede sucederle a tal hombre que el hecho de que su iniquidad no sea purgada eternamente por ningún sacrificio ni ninguna ofrenda. Si rechaza a su Hijo, no importa cual sea su supuesta justicia, ni cómo piensa encomendarse a Dios, él lo rechazará a usted. Si acude ante Dios sin la sangre expiatoria, y no está incluido en la herencia del pacto, entonces no se cuenta entre el pueblo de Dios. El sacrificio es la marca nacional de la Israel espiritual, y el que no la tiene es un extraño; no tendrá herencia entre los santificados, ni verá al Señor en gloria. 

En segundo lugar, así como esto era una marca nacional, era también la señal salvadora. Aquella noche el Ángel de la Muerte extendió estruendosamente sus alas y voló descendiendo sobre las calles de Egipto para herir a los poderosos y a los humildes, a los príncipes primogénitos y a los primogénitos de las bestias, de modo que en cada casa y en cada establo alguno moría. Donde veía la marca de la sangre, no entraba para herir; pero en los demás lugares la venganza del Señor cayó sobre los rebeldes. Las palabras son extraordinarias: “Pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir.” ¿Qué frena la espada? Ninguna otra cosa que la mancha de sangre en la puerta. No obstante, deseo hacerles notar de manera muy especial, las palabras en el versículo 23: “Porque Jehová pasará hiriendo a los Egipcios; y como verá la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta.” ¡Qué expresión instructiva! “Como verá la sangre”. Es algo muy reconfortante para usted y para mi contemplar la expiación; porque de esta manera obtenemos paz y descansamos; pero, después de todo, la gran razón de nuestra salvación es que el Señor mismo mira la expiación y, por su justicia, se siente muy complacido. En el versículo 13 escuchamos decir al Señor mismo: “Y veré la sangre y pasaré de vosotros”. 

La base de nuestra salvación no es el que nosotros veamos la sangre rociada, sino que Dios la vea. La aceptación de Cristo por parte de Dios es la garantía segura de la salvación de aquellos que aceptan su sacrificio. Amado, cuando su mirada de fe es opaca, cuando de sus ojos fluyen copiosas lágrimas, cuando la oscuridad del sufrimiento empaña su vista, entonces Jehová ve la sangre de su Hijo, y lo libra a usted. En la densa oscuridad, cuando no puede ver nada, el Señor Dios nunca deja de ver en Jesús lo que mucho le complace y aquello con lo cual la ley se cumple. Él no dejará que el destructor se le acerque y le dañe, porque él ve en Cristo aquello que vindica su justicia y establece la regla de la ley. La sangre es la marca salvadora. Oh mi oyente, culpable y autocondenado, si acude ahora y confía en Jesucristo, sus pecados, que son muchos, serán perdonados, y amará usted tanto a cambio, que todas las inclinaciones y los prejuicios de su mente se transformarán de pecado a una obediencia llena de gracia.

Note, a continuación, que la marca de la sangre se colocó de la manera más conspicua posible. Los israelitas, aunque comieron el cordero pascual en la quie-tud de sus propias familias, el sacrificio no era ningún secreto. No pusieron la marca indicadora en la pared de una habitación interior, ni en algún lugar donde la podían cubrir con cuadros a fin de que nadie los viera; sino que golpearon la parte superior de la entrada y los dos postes a los costados de la puerta, a fin de que todo el que pasaba frente a la casa podía ver que estaba marcada de un modo peculiar; y marcada con sangre. El pueblo del Señor no se avergonzó de poner en esta forma la sangre en el frente de cada vivienda: y los que son salvos por el gran sacrificio no deben tratar la doctrina de substitución como una creencia que se guarda en un rincón, para tener en secreto, que no confiesa en público. No debemos avergonzarnos de hablar en ninguna parte de la muerte de Jesús en nuestro lugar como nuestra redención. Está pasada de moda y es anticuada, dicen nuestros críticos; pero no nos avergonzamos de anunciarla a los cuatro vientos, y de confesar nuestra confianza en ella. El que se avergüenza de Cristo en esta generación, Cristo se avergonzará cuando venga en la gloria de su Padre acompañado de todos sus santos ángeles. Cunde una teología en el mundo que admite la muerte de Cristo en algún lugar indefinido de su sistema, pero ese lugar es una posición muy inferior: Yo reclamo para la expiación el frente y el centro, el Cordero debe estar en medio del trono.

El gran sacrificio es el lugar de reunión para la semilla escogida: nos reunimos ante la cruz, al igual como cada familia israelita se reunió alrededor de la mesa donde se había colocado el cordero, y dentro de la casa marcada con sangre. En lugar de considerar el sacrificio vicario como algo muy lejano, lo consideramos como el centro de la iglesia. No, aún más, es de tal manera el centro vital, totalmente esencial, que quitarlo es arrancar el corazón de la iglesia. La congregación que ha rechazado el sacrificio de Cristo no es una iglesia, sino una asamblea de inconversos. Acerca de la iglesia puedo decir ciertamente: “La sangre es su vida”. Al igual que de la doctrina de justificación por fe, de la doctrina de un sacrificio vicario dependerá el éxito o el fracaso a cada iglesia: la expiación por el sacrificio sustituto de Cristo significa vida espiritual, y rechazarla es lo opuesto. Por lo tanto, nunca debemos avergonzarnos de esta verdad tan importante, sino hacerla lo más conspicua posible. “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; mas a los que se salvan,... es potencia de Dios”. 

Además, la sangre rociada no sólo era muy conspicua, sino que era muy preciada por el pueblo mismo debido al hecho de que confiaban en ella de la manera más implícita. Después de que los postes de la puerta habían sido marcados, las familias entraron a sus casas, cerraron la puerta, y no la volvieron a abrir hasta la mañana. Adentro, se ocuparon de asar el cordero, preparar las hierbas amargas, ceñir sus lomos, aprontarse para la marcha, etc. Pero hicieron todo esto sin temor al peligro, auque sabían que el destructor andaba suelto. El mandato de Dios fue: “ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana.” ¿Qué estaría sucediendo en la calle? No debían salir a ver. La medianoche había llegado. ¿Acaso no lo oyeron? ¡Escuchen ese grito terrible! ¡Otra vez un chillido desgarrador! ¿Qué es? La madre ansiosa pregunta: “¿Qué será?” “Y había un gran clamor en Egipto.” Los israelitas no debían hacer caso a ese clamor ni quebrantar la orden divina que los encerró por un momentito, hasta que hubiera pasado la tormenta. Quizá las personas que dudaron durante esa noche terrible habrán dicho: “Está sucediendo algo terrible. ¡Escuchen esos gritos! Escuchen el pisoteo de la gente en las calles, en su apresurado ir y venir! Quizá esto sea una conspiración para matarnos en la oscuridad de la noche.” “Ninguno de vosotros salga de las puertas de su casa hasta la mañana” fue suficiente para todos los que realmente creían. Estaban a salvo y lo sabían, y, entonces, como los polluelos bajo las alas de la gallina, descansaron a salvo de todo mal. Amados, hagamos lo mismo. Honremos la sangre preciosa de Cristo no sólo hablando valientemente de ella a los demás, sino confiando tranquila y felizmente en ella. Descansemos totalmente seguros. ¿Cree usted que Jesús murió por usted? Entonces, esté en paz.

Notemos a continuación, que el derramamiento de sangre pascual debía mantenerse como un recordatorio eterno. “Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre.” Mientras Israel siguiera siendo un pueblo, debían observar la pascua: mientras hay un cristiano sobre la tierra, la muerte sacrificial del Señor Jesús debe ser recordado. Ni el correr de los años ni el progreso de su pensamiento podía quitarle a Israel el recuerdo del sacrificio pascual. Era verdaderamente una noche para recordar aquella en que el Señor librara a su pueblo de la esclavitud en Egipto. Fue una liberación tan maravillosa, incluyendo las plagas que la precedieron y el milagro en el Mar Rojo que la siguió, que ningún evento puede excederlo en interés y gloria. Amados, debemos declarar y dar testimonio de la muerte de nuestro Señor Jesucristo hasta que él venga. Nunca se podrá descubrir una verdad que le dé sombra a su muerte sacrificial. Ocurra lo que ocurra, aunque venga en las nubes del cielo, nuestro canto será eternamente: “Al que nos amó y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre.” En medio del esplendor de su reinado sin fin será “el Cordero que está en medio del trono”. Cristo como el sacrificio por el pecado será siempre el tema de nuestros aleluyas: “Fuiste herido.” En cuanto a nosotros, escuchamos que el Señor nos dice: “Y guardaréis esto por estatuto para vosotros y para vuestros hijos para siempre” y así lo haremos. “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” es nuestro orgullo y gloria. Dejemos que otros vayan por donde quieran, nosotros permaneceremos en él quien cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo en la cruz.

Noten ahora, queridos amigos, que cuando el pueblo entró en la tierra donde no había entrado jamás ningún egipcio, siguieron recordando la pascua. “Y será, cuando habréis entrado en la tierra que Jehová os dará, como tiene hablado, que guardaréis este rito”. En la tierra que fluía leche y miel se seguiría recordando la sangre rociada. Nuestro Señor Jesús no es sólo para el primer día en que nos arrepentimos, sino para todos los días de nuestra vida: lo recordamos tanto en medio de nuestros más grandes gozos espirituales como en nuestras más profundas tristezas. El cordero pascual es para Canaán tanto como para Egipto, y el sacrificio por el pecado es para nuestra seguridad total tanto como para nuestra temblorosa esperanza. Usted y yo nunca lograremos un estado de gracia tal que podamos prescindir de la sangre que limpia el pecado.

Además, hermanos, quiero que noten bien que este rociamiento de la sangre debía ser un recuerdo que saturaba todo. Reflexione en este pensamiento: los hijos de Israel no podían salir de ni entrar a sus casas sin el recuerdo de la sangre rociada. Estaba sobre sus cabezas; debían pasar por debajo de ella. Estaba a la derecha y a la izquierda: estaban rodeados de ella. Casi podían decir también: “¿adónde nos esconderemos de tu presencia?” Ya sea que miraran sus propias puertas, o las de sus vecinos, allí estaban las tres rayas. Y esto no era todo; cuando dos israelitas se casaban, y se ponía el fundamento de la familia, había otro recordatorio. El joven esposo y su esposa tenían el gozo de contemplar a su primogénito, y entonces recordaban lo que el Señor había dicho: “Santíficame todo primogénito”. Como Israelita, le explicaba esto a su hijo, y decía: “Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón en no dejarnos ir. Jehová mató en la tierra de Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el primogénito de la bestia: y por esta causa yo sacrifico a Jehová todo primogénito macho, y redimo todo primogénito de mis hijos”. El inicio de cada familia que conformaba la nación israelita era, de esta manera, un recordatorio especial del rociamiento de la sangre.

Hermanos, debemos ver todo en este mundo a la luz de la redención, y entonces veremos correctamente. Es un cambio maravilloso, ya sea que usted considere la providencia desde el punto de vista de los méritos humanos o desde el pie de la cruz. Todas las cosas se ven como realmente son cuando se miran a través del cristal, el cristal carmesí del sacrificio expiatorio. Use este telescopio de la cruz, y verá lejos y claramente; mire a los pecadores a través de la cruz; mire a los santos a través de la cruz; mire el pecado a través de la cruz; mire las alegrías y las tristezas a través de la cruz; mire el cielo y el infierno a través de la cruz. Vea qué conspicua debía ser la sangre de la pascua, y luego aprenda de todo esto a dar importancia al sacrificio de Jesús, sí, a darle la máxima importancia, porque Cristo es todo. Amados, ahora ven cómo se hizo todo lo posible por colocar la sangre del cordero pascual en una posición de primera prioridad para el pueblo a quien el Señor sacó de Egipto. Ustedes y yo debemos hacer todo lo que se nos ocurra para dar a conocer y mantener siempre ante la vista de los hombres la doctrina preciosa del sacrificio expiatorio de Cristo. Él fue hecho pecado por nosotros aunque no conoció pecado, a fin de que fuéramos hechos la justicia de Dios en él.

La institución que se relacionaba con el recordatorio de la pascua: “Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este vuestro? Vosotros responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová”. Tenemos que despertar la curiosidad de nuestros hijos. ¡Oh, que pudiéramos conseguir que formularan preguntas acerca de las cosas de Dios! Algunos preguntan a muy temprana edad, otros parecen enfermos de la misma indiferencia que los mayores. Tenemos que encarar ambas posturas. Es bueno explicar a los niños la ordenanza de la Cena del Señor, porque muestra simbólicamente la muerte de Cristo. Lamento que los niños no ven esta ordenanza más a menudo. El bautismo y la Cena del Señor debería colocarse a la vista de la nueva generación, a fin de que pudieran preguntarnos; “¿Qué rito es este vuestro?” Ahora bien, la Cena del Señor es un sermón evangelístico perenne, y enfoca principalmente el sacrificio por el pecado. Uno puede eliminar del púlpito la doctrina de la expiación, pero siempre vivirá en la iglesia a través de la Cena del Señor. No se puede explicar el pan partido y la copa llena del jugo del fruto de la vid, sin hacer referencia a la muerte expiatoria de nuestro Señor. No se puede explicar “la comunión del cuerpo de Cristo” sin incluir, de una forma u otra, la muerte de Jesús en nuestro lugar. Deje, pues que sus pequeños vean la Cena del Señor, y explíqueles claramente lo que representa. Y si no en la Cena del Señor –porque esa no es la cuestión en sí, sino sólo la sombra del hecho glorioso— hable mucho y frecuentemente en la presencia de ellos acerca de los sufrimientos y la muerte de nuestro Redentor. Déjelos pensar en Getsemaní, en Gabata y en el Gólgota, y déjelos aprender a cantar canciones de Aquel que dio su vida por nosotros. 

Cuénteles quién fue el que sufrió y por qué. Sí, aunque no me gustan algunas de las expresiones del himno, yo haría que los niños cantaran— “Hay un cerro verde en la lejanía Sin el muro de la ciudad”. Y les haría aprender líneas como éstas: “Sabía Jesús lo impío que habíamos sido, Y que Dios el pecado debe castigar; Así que por misericordia dijo,
Que el castigo nuestro él habría de cargar”. Y cuando el mejor de los temas haya captado su atención, estemos preparados para explicar el gran pacto por medio del cual aun siendo Dios justo, los pecadores reciben justificación. Los niños pueden comprender bien la doctrina del sacrificio expiatorio; su intención fue que fuera el evangelio para los más jóvenes. El evangelio de la sustitución es una cosa simple, aunque es un misterio. No debemos descansar hasta que nuestros pequeños conozcan y confíen en el sacrificio consumado. Este es un conocimiento esencial, y la clave a todas las demás enseñanzas espirituales. Conozcan la cruz nuestros hijos queridos, y habrán comenzado bien. Entre todo lo que aprenden, aprendan a adquirir conocimiento sobre esto, y habrán puesto bien el fundamento.

Esto requiere que usted le enseñe al niño su necesidad de un Salvador. No debe descuidar esta tarea necesaria. No alabe al niño con palabrerías engañosas diciéndole que su naturaleza es buena y que necesita desarrollarla. Dígale que debe nacer de nuevo. No lo aliente con la noción de su propia inocencia, sino muéstrele su pecado. Mencione los pecados infantiles por los cuales tiene una inclinación, y ore que el Espíritu Santo obre una convicción en su corazón y su conciencia. Trate a los niños de la misma manera como trata a los adultos. Sea preciso y honesto con ellos. La religión superficial no es buena ni para el joven ni para el adulto. Estos niños y estas niñas necesitan el perdón por medio de la sangre preciosa tanto como la necesita cualquiera de nosotros. No vacile en explicarle al niño las consecuencias; de otra manera no deseará el remedio. Cuéntele también el castigo del pecado, y adviértale de su terror. Sea tierno, pero sea veraz. No esconda la verdad del joven pecador, no importa lo terrible que sea. Ahora que ha llegado a la edad en que es responsable de sus decisiones, si no cree en Cristo, le irá mal en aquel gran día. Háblele del Día del Juicio y recuérdele que tendrá que rendir cuentas por las cosas realizadas corporalmente. Trabaje para despertar la conciencia, y ore que Dios el Espíritu Santo obre por intermedio suyo hasta que el corazón se ablande y la mente perciba la necesidad de la gran salvación.

Los niños necesitan aprender la doctrina de la cruz a fin de encontrar una salvación inmediata. Doy gracias a Dios porque en nuestra escuela dominical se cree en la salvación de los niños como niños. ¡Cuántas veces he tenido el gozo de ver a niños y niñas pasar adelante para confesar su fe en Cristo! Y quiero decir nuevamente que los mejores convertidos, los convertidos más sinceros, los convertidos más inteligentes que jamás hemos tenido han sido los pequeños; y, en lugar de carecer de conocimiento de la Palabra de Dios y de las doctrinas de gracia, por lo general hemos descubierto que conocen bien las verdades cardinales de Cristo. Muchos de estos queridos niños han contado con la capacidad de hablar acerca de las cosas de Dios con gran gozo en el corazón y con la fuerza que da la comprensión. Sigan adelante, queridos maestros, y crean que Dios salvará a sus niños. No se contenten con sembrar principios en sus mentes que posiblemente puedan desarrollar en años venideros; pero trabajen para lograr una conversión inmediata. Esperen frutos en sus hijos mientras son niños. Oren por ellos a fin de que no se vayan al mundo y caigan en los males del pecado, para luego volver con huesos rotos al Buen Pastor; pero que puedan, por la abundante gracia de Dios, evitar las sendas del destructor y criarse en el redil de Cristo, primero como corderos de su manada y luego como ovejas de su mano.

De una cosa estoy seguro, y esta es que si enseñamos a los niños la doctrina de la expiación en los términos más explícitos, nos estaremos haciendo un favor. A veces tengo la esperanza de que Dios avive su iglesia y la restaure a su fe de antaño por medio de su obra de gracia entre los niños. Si pudiéramos atraer a nuestras iglesia una gran cantidad de jóvenes, ¡cómo aceleraría la sangre perezosa de los letárgicos y soñolientos! Los niños cristianos tienden a mantener viva la casa. ¡Oh, que tuviéramos más de ellos! Si el Señor nos enseñara a enseñar a los niños nos estaríamos enseñando a nosotros mismos. No hay mejor manera de aprender que enseñando, y no sabe usted alguna cosa hasta poder enseñarla a otro. No sabe totalmente ninguna verdad hasta que no se la haya presentado a un niño de manera que la pueda ver. Cuando procura que un niño pequeño comprenda la doctrina de la expiación usted mismo obtiene conceptos más claros y, por lo tanto, le recomiendo este ejercicio santo.

¡Qué bendición sería si nuestros hijos estuvieran firmemente cimentados en la doctrina de la redención por medio de Cristo! Si reciben advertencias contra los evangelios falsos de esta edad maligna, y se les enseña a confiar en la roca eterna de la obra consumada por Cristo, podemos esperar contar con una próxima generación que mantendrá la fe y que será mejor que sus padres. Las escuelas dominicales son admirables, pero ¿cuál es su propósito si en ellas no se enseña el evangelio? Se junta a los niños y se los mantiene quietos por una hora y media, y luego se les envía a casa, pero ¿de qué sirve? Quizá represente un poco de quietud para sus papás y mamás, y esa es, quizá la razón por la cual los mandan a la escuela dominical; pero el verdadero bien radica en lo que se les enseña a los niños. Lo más prominente debe ser la verdad más fundamental, ¿y cuál es sino la cruz? Algunos les hablan a los niños diciéndoles que deben ser buenos, etc.; es decir, ¡les predican la ley a los niños aunque predicarían el evangelio a los adultos! ¿Es honesto esto? ¿Es sabio? Los niños necesitan el evangelio, todo el evangelio, el evangelio no adulterado; deben tenerlo, y si son enseñados por el Espíritu de Dios tienen la capacidad de recibirlo como las personas de edad madura. Enseñe a los pequeños que Jesús murió, el justo por los injustos, para acercarnos a Dios. Con mucha, mucha confianza dejo esta obra en las manos de los maestros de esta escuela. No he conocido nunca un grupo de hombres y mujeres cristianos más nobles porque son tan sinceros en su apoyo al evangelio de antaño como ansiosos por ganar almas. Ánimo, mis hermanos y hermanas: el Dios que ha salvado a tantos de su niños salvará a muchos más de ellos, y sentiremos gran gozo en este Tabernáculo al ver a cientos que acuden a Cristo. ¡Concédelo, Dios, en nombre de Cristo! Amén. 


Tomado de "Portavoz de la Gracia".Publicado por Chapel Library • 2603 West Wright St. • Pensacola, Florida 32505 USA 

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Deberes de los hijos hacia los padres

3/27/2014

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Por: John Bunyan 
(1628-1688)   

Los hijos tienen un deber hacia sus padres que bajo la ley de Dios y la naturaleza deben cumplir a conciencia. “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres; porque esto es justo.” Y también “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo; porque esto agrada al Señor” (Ef. 6:1; Col. 3:20). Estas son las cosas en las que los hijos deben dar a sus padres la honra que merecen. Primero, deben siempre considerarlos a ellos mejores que a sí mismos. Observo un espíritu vil en algunos hijos, que miran con desprecio a sus padres, y sus pensamientos con respecto a ellos son despectivos y desdeñosos. Esto es peor que comportarse como un pagano; los que actúan de esta manera tienen el corazón de un perro o una bestia que muerde a los que lo produjeron y a la que les dio vida.

Objeción: Pero mi padre, etc., es ahora pobre, y yo soy rico, y sería disminuirme, o por lo menos un obstáculo para mí, mostrarle el respeto que le mostraría si las cosas fueran distintas.

Respuesta: Le digo que argumenta usted como un ateo o una bestia, y su posición en esto es totalmente opuesta a la del Hijo de Dios (Mar. 7:9-13). Un talento y un poco de la gloria de una mariposa, ¿tienen que convertirlo en un ser que no ayuda y no honra a su padre y a su madre? “El hijo sabio alegra al padre: Mas el hombre necio menosprecia a su madre” (Prov. 15:20). Aunque sus padres se encuentren en la posición más baja y usted en la más alta, él sigue siendo su padre y ella su madre y usted debe tenerlos en alta estima: “El ojo que escarnece a su padre, y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos lo saquen de la arroyada, y tráguenlo los hijos del águila” (Prov. 30:17).

Segundo, debe demostrar que honra a sus padres con su disposición de ayudarles en lo que necesiten. “Pero si alguna... tuviere hijos, o nietos, aprendan primero a gobernar su casa piadosamente, y a recompensar a sus padres:” dice Pedro, “porque esto es lo honesto y agradable delante de Dios” (1 Tim. 5:4). José observó esta regla con respecto a su pobre padre, aunque él mismo estaba casi a la altura del rey de Egipto (Gén. 47:12; 41:39-44). Además, note que deben “recompensar a sus padres”. Hay tres cosas por las cuales, mientras viva, estará en deuda con sus padres: 

1. Por estar en este mundo. De ellos, directamente bajo Dios, recibió usted vida.

2. Por su cuidado para preservarlo cuando usted no podía hacer nada por sí mismo, no podía cuidarse ni encargarse de sí mismo.

3. Por los esfuerzos que hicieron para criarlo. Hasta que no tenga usted hijos propios, no podrá comprender los esfuerzos, desvelos, temores, tristezas y aflicciones que han sufrido para criarlo; y cuando lo comprenda, será difícil sentir que ya los ha recompensado por todo lo que hicieron por usted. ¿Cuántas veces han saciado su hambre y arropado su desnudez? ¿Qué esfuerzos han hecho a fin de que tuviera usted los medios para vivir y triunfar aun cuando ya hayan muerto? Es posible que se hayan privado de alimento y vestido y que se hayan empobrecido para que usted pudiera vivir como un hombre. Es su deber, como hombre, considerar estas cosas y hacer su parte para recompensarlos. Las Escrituras así lo afirman, la razón así lo afirma y sólo los perros y las bestias pueden negarlo. Es deber de los padres cuidar a sus hijos, y el deber de los hijos recompensar a sus padres.

Tercero, por lo tanto, con una conducta humilde y filial demuestre que usted hasta este día, recuerda con todo su corazón el amor de sus padres. Todo esto sobre la obediencia a los padres en general. También, si sus padres son piadosos y usted es impío, como lo es si no ha pasado por la segunda obra o el nacimiento de Dios, debe considerar que con más razón debe respetar y honrarlos, no sólo como padres en la carne, sino como padres piadosos; su padre y madre han sido designados por Dios como sus maestros e instructores en el camino de justicia. Por lo tanto, como dijera Salomón; “Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre: Atalos siempre en tu corazón, enlázalos a tu cuello” (Prov. 6:20, 21).

Ahora, le insto que considere esto:

1. Que ésta ha sido siempre la práctica de los que son y han sido hijos obedientes; sí, de Cristo mismo para con José y María, aun cuando él mismo era Dios bendito para siempre (Luc. 2:51).

2. Con el fin de dejarlo estupefacto, tiene usted también los juicios severos de Dios sobre los que han sido desobedientes. Como, (1.) Ismael, por haberse burlado de un hecho bueno de su padre y madre se vio privado tanto de la herencia de su padre como del reino de los cielos, y eso con la aprobación de Dios (Gén. 21:9-14; Gál. 4:30). (2.) Ophni y Phinees, por rechazar el buen consejo de su padre, provocaron la ira del gran Dios y lo convirtieron en su
enemigo; “Mas ellos no oyeron la voz de su padre, porque Jehová los quería matar” (1 Sam. 2:23-25). (3.) Absalón fue linchado, por decirlo así, por Dios mismo, porque se había rebelado contra su padre (2 Sam. 18:9).

Además, ¡qué poco sabe usted del dolor que significa para sus padres pensar que puede estar condenado! ¿Cuantos suspiros, oraciones y lágrimas habrán brotado en su corazón por esta razón? ¿Cuánto gimió Abraham por Ismael? Le dijo a Dios: “Ojalá Ismael viva delante de ti” (Gén. 17:18). ¿Cuánto sufrieron Isaac y Rebeca por el mal comportamiento de Esaú? (Gén. 26:34, 35). ¿Y con cuánta amargura lloró David a su hijo que había muerto en su maldad? (2 Sam. 18:32, 33). Por último, ¿es posible imaginar otra cosa que el hecho de que estos suspiros, oraciones, etc. de sus piadosos padres sólo aumentarán sus tormentos en el infierno si muere en sus pecados?

Por otro lado, si sus padres y usted son piadosos, ¿no es esto una felicidad? ¿Cuánto debe regocijarse porque la misma fe mora tanto en sus padres como en usted? Su conversión, posiblemente, sea el fruto de los gemidos y oraciones de sus padres a favor de su alma; y no pueden menos que regocijarse; regocíjese con ellos. Así sucedió en el caso de un hijo mencionado en la parábola: “Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido: habíase perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (Luc. 15:24). Sea el hecho de que sus padres viven bajo la gracia, al igual que usted, motivo para proponerse más decididamente a honrarlos, reverenciarlos y obedecerles.

Ahora está en mejores condiciones para considerar los desvelos y el cuidado que sus padres le han brindado, tanto a su cuerpo como a su alma; por lo tanto esfuércese por recompensarlos. Usted tiene la fortaleza para responder en cierta medida al mandamiento: por lo tanto, no lo descuide. Es doble pecado el que un hijo creyente no recuerde el mandamiento, sí, el primer mandamiento con promesa (Ef. 6:1, 2). Cuídese de no decirles a sus padres ni una palabra brusca, ni de comportarse indebidamente con ellos. Nuevamente, si usted es piadoso y sus padres son impíos, como tristemente sucede con frecuencia, entonces:

1. Ansíe su salvación, ¡los que se van al infierno son sus padres!

2. Lo mismo que dije antes a la esposa, tocante a su esposo inconverso, le digo ahora a usted: Cuídese de un lengua que habla ociosidades, hábleles con sabiduría, mansedumbre y humildad; atiéndalos fielmente sin quejarse; y reciba, con la modestia de un niño, sus reproches, sus quejas y hablar impío. Esté atento a fin de percibir las oportunidades para hacerles ver su condición. ¡Oh! ¡Qué felicidad sería si Dios usara a un hijo para traer a su padre a la fe! Entonces el padre ciertamente podría decir: Con el fruto de mi cuerpo Dios ha convertido mi alma. El Señor, si es su voluntad, convierta a nuestros pobres padres a fin de que, junto con nosotros, sean hijos de Dios. 


Tomado de "Portavoz de la Gracia". Publicado por Chapel Library • 2603 West Wright St. • Pensacola, Florida 32505 USA 

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Llevemos a nuestros hijos a Jesús

2/19/2014

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Los responsabilidad principal de un  padre debe ser enseñar y conducir a sus hijos a Cristo. Proverbios 22:6, nos expone: "Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él". Podemos apreciar que la Biblia nos expone que esa instrucción debe comenzar en la niñez (Proverbios 22:6). La instrucción temprana de la Palabra de Dios en los niños inculcará hábitos de por vida en ellos. Dios creó a los seres humanos con una capacidad de aprendizaje increíble.  Estudios demuestran que el celebro del niño empieza a desarrollarse desde el nacimiento y crece más rápida­ mente durante los primeros cinco años de vida. Durante este período, todas las experiencias contribuyen a su ca­pacidad de aprender a lo largo de su vida. Los padres  y otros adultos cercanos,  juegan un papel fundamental en las vidas de los niños pequeños (First 5 Sonoma County). Los primeros maestros de los niños son sus padres; De sus progenitores van a aprender a hablar, a socializar etcétera.  Entonces, si los padres son los primeros maestros de los niños en cuanto a enseñar y proveer sus necesidades básicas; de igual manera deben ser los primeros maestros de enseñanza bíblica. Los padres deben insistir en este camino y enseñarle la Palabra de Dios en todo momento. 

La Biblia nos indica en Deuteronomio 6:4-9: "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas". El pueblo de Israel debía de pensar en estos mandamientos y meditar en ellos para que la obediencia no fuera asunto de legalismo formal, sino una respuesta basada en entender. La Ley escrita en el corazón sería una característica esencial del nuevo pacto que vendría más tarde (Jeremías 31:33). Los mandamientos debían de ser el tema de conversación tanto adentro como fuera del hogar desde el inicio del día hasta su fin. 

Nuestro deber como padres es hablarles y enseñarles a nuestros hijos, la voluntad de Dios para nuestras vidas sin tomar como excusa su edad o la falta de tiempo. Cómo mencionamos anteriormente, desde que el ser humano nace comienza a aprender. Desde pequeños,  es la responsabilidad de los padres transmitir la fe como estilo de vida. Los padres deben tener vidas piadosas que reflejen a Dios mediante la obediencia a Él y a su Palabra. Nuestro testimonio será la primera enseñanza a nuestros hijos. A través de cómo seamos en nuestra vida diaria, reflejáremos el amor de Dios y sus mandamientos. Ellos deben ver que le oramos a Dios, que somos agradecidos en todo, que estudiamos su Palabra y que somos diferentes a lo que ellos ven en este mundo caído. 

Cada una de las actividades diarias son una oportunidad para enseñarles la Palabra de Dios (Deuteronomio 6:4-9). Desde que nos despertamos le podemos enseñar y recordar que el sol que nos alumbra es creación de Dios y que todo lo que tenemos es por la Gracia de Él. Siempre ore y hable la Palabra de Dios, en la mañana, en el camino a la escuela, en la tarde, en la noche, en todo tiempo. Tenga un ambiente en su hogar santo, no escuche música que no glorifica a Dios. De igual manera, sea cuidadoso con lo que ve en la televisión y/o computadora.  Como padres cristianos es nuestra responsabilidad velar por el crecimiento espiritual de nuestros hijos. Tengamos presente que la iglesia es una extensión de aprendizaje de lo que ya se les está enseñando en el hogar. Un par de horas en la iglesia no es suficiente para enseñarles la Palabra de Dios a nuestros hijos. Al no enseñarles la Biblia somos padres desobedientes a Dios y no les estamos dando el mejor regalo que un ser humano necesita, la vida eterna. Llevemos a nuestros hijos a Jesús a través de vidas que lo reflejen y los lleven a El.  


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Herencia de Jehová son los hijos...

2/7/2014

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Los hijos son una bendición de Dios, Él es el creador de la vida y quien da vida a nuestro vientre. A través de los hijos de Adán y Eva, se pobló la tierra. Dios le prometió a Abraham hijos: "Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia" (Génesis 15:5).  De su descendencia nació Jesucristo y  toda persona que ha nacido de nuevo; somos parte de la promesa dada a Abraham. Dios prometió hijos, bendijo con ellos y continúa bendiciendo a través de ellos.  

En el Antiguo Testamento, se consideraba una gran bendición tener hijos y se reconocía a Dios cómo el dador de ellos (Gn. 30:2,18; 33:5; 48:9; Dt 7:13).  En la antigua Israel, la importancia de los hijos se puede apreciar en la ley del matrimonio por levirato, que aseguraba la continuidad de la línea familiar (Deut. 25:5-10; Sal. 127:3-5). Ellos también constituían el instrumento por el que se transmitían las tradiciones antiguas y la Palabra de Dios (Ex. 13:8-9,14; Deut. 4:9; 6:7). Por otra parte, en el Nuevo Testamento, Jesús afirma la importancia de los niños y la relevancia que tienen para Él (Mateo 18:2-14; 19:13-14).

Los hijos son una bendición de Dios, por las tristezas y por las alegrías que nos brindan.  Junto a ellos sentimos amor, gozo y compañía.  Ellos son parte de nuestro prójimo y los amamos como a nosotros mismos ("Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda  tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" Lucas 10:27). Con ellos experimentamos un amor desinteresado y ponemos en acción todos los frutos del Espíritu ("Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley" Gálatas 5:22-23). Por obediencia a Dios, les enseñamos la Palabra de Dios y preparamos sus corazones para que sean seguidores de Cristo (Deut. 6:5-9, Prov. 22:6). 

Por otra parte, a través del fruto de nuestro vientre, Dios nos prueba y crecemos en Gracia ("Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" Santiago 1: 2-4).  En los momentos difíciles, nos acercan más a Dios mediante la oración y la búsqueda constante de Él.  Nos muestran  la relación entre el Padre (Dios) y el hijo (Jesucristo). Según Dios nos perdona a través de Jesucristo, nosotros perdonamos a nuestros hijos cada vez que nos fallan. Con ellos, experimentamos dolor pero también vemos la mano de Dios obrando en cada situación.

Demos gracias a Dios por nuestros hijos y por la obra que hace en nosotros a través de ellos ("Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús" 1 Tesalonicenses 5:18) . A través del llanto y la risa, Dios nos bendice. Recordemos siempre que son herencia de Jehová ("He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre" Salmo 127:3).  ¡Gracia y Paz!


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